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Cuando midió otros mil codos, el agua era ya un río; de tal manera había crecido la corriente que yo no la podía cruzar sino a nado. Entonces me dijo:

«¿Te das cuenta, hijo de hombre?»

Después me llevó, y me hizo volver por la ribera del río. Cuando volví, pude ver que en ambas márgenes del río había muchísimos árboles.

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